martes, 9 de abril de 2013

La relación cerebro – sistema inmunológico



Vale la pena hacer presente el descubrimiento del psicólogo Robert Ader ( en 1974): el sistema inmunológico, al igual que el cerebro, pueden aprender. Esto llevó a la investigación de una infinidad de maneras en que el sistema nervioso central y el sistema inmunológico se comunican: sendas biológicas que hacen que la mente, las emociones y el cuerpo no estén separados sino íntimamente interrrelacionados. 


El sistema inmunológico es el "cerebro del organismo". Las células del sistema inmunológico se desplazan en el torrente sanguíneo por todo el organismo, poniendo prácticamente en contacto a todas las otras células. Al encontrar células que reconocen las dejan en paz, cuando encuentran células que no reconocen, atacan. El ataque nos defiende contra los virus, las bacterias y el cáncer o, si las células del sistema inmunológico no logran reconocer algunas de las células del propio organismo, crean una enfermedad autoinmune como la alergia o el lupus. 


El cerebro y el sistema inmunológico no son entidades separadas, y ninguna de ellas es capaz de influir en una sin el funcionamiento de la otra. El campo que estudia esto, la psiconeuroinmunología, o PNI, es en la actualidad un pionero en la ciencia médica. Su nombre mismo reconoce las relaciones: psico, o "mente"; neuro, que se refiere al sistema neuroendocrino (que incluye el sistema nervioso y los sistemas hormonales); e inmunología, que se refiere al sistema inmunológico.


Una red de investigadores está descubriendo que los mensajeros químicos que operan más ampliamente en el cerebro y en el sistema inmunológico son aquellos que son más densos en las zonas nerviosas que regulan la emoción. 


En estudios realizados con microscopio electrónico se descubrieron contactos semejantes en los que las terminales nerviosas del sistema autónomo tienen terminaciones que se apoyan directamente en estas células inmunológicas; en efecto éstas envían y reciben señales. 


En experimentos con animales se eliminaron algunos nervios de los ganglios linfáticos y del bazo -donde se almacenan o se elaboran las células inmunológicas- y luego utilizó los virus para desafiar al sistema inmunológico. El resultado fue una marcada disminución de la respuesta inmunológica al virus. Su conclusión es que sin esas terminaciones nerviosas el sistema inmunológico no responde como debería al desafío de las bacterias o los virus invasores. 


Los microbiólogos y otros científicos, descubren cada vez más conexiones entre el cerebro y los sistemas cardiovascular e inmunológico, aunque primero tuvieron que aceptar que existen emociones negativas.


Se descubrió que las personas que experimentaban ansiedad crónica, prologados períodos de tristeza y pesimismo (depresión), tensión continua (estrés o ansiedad) u hostilidad incesante (ira), cinismo o suspicacia implacables, tenían el doble riesgo de contraer una enfermedad (y acelerar sus procesos) como asma, artritis, dolores de cabeza, problemas cardíacos (infarto al miocardio); ulceración del aparato gastrointestinal, ocasionando síntomas de la colitis ulcerosa y de la inflamación intestinal; daño al hipocampo en el cerebro y por lo tanto a la memoria; resfríos, gripes (afecciones del aparato respiratorio superior); herpes: tanto el tipo que provoca llagas en el labio como el tipo que origina lesiones genitales; dolor crónico; efectos adversos en el sistema cardiovascular.


Cuando las emociones nos ayudan a prepararnos para enfrentarnos a algún peligro nos han prestado un buen servicio. Pero en la vida moderna, es más frecuente que las emociones que nos perturban, se produzcan ante situaciones con las que debemos vivir o que son evocadas por la mente, no por los peligros reales que debemos enfrentar y por tanto, abrir camino a la enfermedad...  Reflexionemos y cuidemos de nuestros dos cerebros…